Brand Zombie, el branding de las masas

«Don’t open, Dead Inside», Escena de la serie «The Walking Dead»

¡LA PUERTA SE HA ABIERTO: LOS MUERTOS ESTÁN FUERA!… Tal vez son muchos años de anuncios de colores pasteles y sonrisas falsas. Tal vez son muchos años de publicidad incoherente con la inhumana realidad empresarial. Tal vez sea la crisis. Sea por la razón que sea, las nuevas generaciones piden un cambio de paradigma o, al menos, de imagen. En lugar de sonrisas, gritos. En lugar de cuerpos perfectos, cadáveres mutilados. Para sobrevivir, la publicidad de nuestra época está obligada a maquillarse de zombie…

La moda de los muertos vivientes parece no tener fin. Corre por Internet una guía con las “10 reglas de supervivencia ante un ataque zombi” (en realidad, son muchas, muchas más, algunas como página web, otras como infografías). Es una recomendación inútil ¿Alguien puede detener este virus?… Comics, series de televisión, películas, videojuegos, redes socialesapps de retoque fotográfico, pin upsgalletas y tarro de galletas, zapatos de tacón y zapatillas… Incluso los superhéroes como Spiderman, el Capitán América y Iron Man han sucumbido…

Título de la aventura: «come a tus vecinos»

¿Quién puede defendernos contra los zombis? Un dato revelador: existe un cookie informático, que, debido a la dificultad que representa su eliminación, se llama  Zombie cookie. No es raro, por lo tanto, que también la literatura  se haya infectado, ya con Novelas creadas ex nuovo, ya con revisiones de clásicos, como un «Orgullo y Prejuicio Zombi» y hasta un Quijote Z(ombi)

«The Walking Dead» Detrás de las escenas, Andrew Lincoln. Si no puedes con ellos…

¡En todas partes es bien recibido el contagio! El mapa mundial de zombies no deja de crecer (con la única excepción de los países subdesarrollados, donde los terrores más reales de la guerra y el hambre impiden a sus habitantes celebrar Halloween o jugar a los zombies). Esta obsesión ha calado tan hondo que la noche del sábado 28/10/2012 hubo en Valencia una manifestación muy simbólica… “Zombis contra la crisis”. Era una marcha de muertos vivientes organizada por dos ONG que pedían “un mundo en el que todas las personas disfruten de una vida digna”. El zombi no es sólo recurso publicitario sino también metáfora de la misma profesión de publicista o  del propio marketing. Las marcas nacen, algunas se reproducen y muy pocas sobreviven; la mayoría son como zombies, es decir, están muertas sin saberlo. En ese espejo social que es Twitter, recientemente, se subieron estos reveladores tuits:

 Descubre si tu marca se ha convertido en un zombie contestando a 4 preguntas clave, de @javierregueira

Zombie Branding: Grain Belt Rises From Dead with Brain Belt Beer, de  @brandchannelhub

Ahora bien, no nos engañemos. Las marcas que quieran sobrevivir, como decíamos al principio, deben estar muy atentas a la moda de los muertos vivientes. Es el caso, por ejemplo, de Jack Daniel, en el Festival de Cine de Sitges 2012, que con fino ojo para los vientos mediáticos patrocino la Zombie Walk, esas caminatas-manifestación cada vez más multitudinarias y características de las grandes ciudades occidentales. Hay, pues, desfiles de moda zombiperiodismo zombi, zombi yoga, fútbol Barça-Madrid zombi, zombis y daiquiris… y, cómo no, también política zombi. A pocos días de Halloween -¿alguien recuerda ya la «castañada»?, El País publicaba un artículo sobre “Los zombis de la izquierda”, en el que se hablaba de los partidos políticos “que siguen presos de uno de sus muertos vivientes”, y no mucho después, se declaraba una «Huelga zombi»…

¿Zombis de todos los países, uníos?…

¿De dónde viene esta obsesión por los zombis? «El monstruo de la crisis«, sin duda, tiene mucho que ver -todas las historias de monstruos apelan a la necesidad de sobrevivir (ver últimas fotos al final de esta entrada),  pero para crecer tan alto, una obsesión necesita  raíces bien profundas… En los años 80, Françoise Duvignaud, en El cuerpo del horror, analizó mitos y pesadillas de diferentes culturas, y para su sorpresa, la mayor parte de ellos trataba de alteraciones del cuerpo humano. Ahora bien, “no todos los monstruos son criaturas terroríficas, los hay hasta seductoras, como el mito de las sirenas, la vampiresa y otros ídolos de perversidad. «Por lo tanto, la malformación que presentan no es la única condición que perturba a nuestro espíritu”. En muchas culturas está bien visto hacerse cicatrices en el rostro u otras partes del cuerpo, costumbre recién recuperada por tribus como los punk, o el «Zombie boy«, un adolescente que gracias a su tatuaje integral de muerto viviente se ha convertido en modelo de ropa. Lo característico del cuerpo del horror, por lo tanto, no es tanto la deformación como el miedo/fascinación a ser contagiado y, una vez infectado, verse anulado. Paradojas del espíritu humano, la receta contra el veneno es disfrazarse de aquello que, precisamente, se rechaza. “¿No es acaso una de las funciones de la máscara la de enviar una imagen de lo que no es, pero que podría ser, y de dejar, o mejor crear, una zona de fascinación en los límites de la razón?”.

El monstruo es tan necesario como el ángel. En las catedrales góticas, se agazapan las gárgolas… “la bestia nunca está lejos, como recuerdo de un orden anterior”, concluye Duvignaud.

La última máscara del horror es, sin duda, la del zombi (en ocasiones escrito erróneamente con la grafía inglesa zombie), una figura original de las regiones donde se práctica el culto vudú, y, en especial, de Haití. ¿Cómo ha llegado hasta nosotros? La respuesta a esta pregunta es fácil, diferentes blogs y libros han explicado el origen de los zombis y su influencia en la cultura popular (al lector interesado, le recomiendo la tesis de Margaret Twothy). Para no repetirme, prefiero indagar en la antropología de este fenómeno cultural. 

«I walked with a zombie» (1943).

En primer lugar, los zombis originales no estaban “deformados”. En la película clásica sobre el tema, –I walked with a zombi (1943)-, el muerto viviente sólo es “extraño” por su mirada, altura y comportamiento (ver fotografía superior). Curiosamente no “devora” a nadie, sino que se limita a ser el esclavo del «brujo» que lo ha devuelto a la «vida», como en el mito europeo del Golem. De no recibir la orden de atacar, sería inofensivo. En segundo lugar, aquellos zombis eran el fruto de un maldición, es decir, se manifestaban dentro de una sociedad con creencias en los espíritus y «la magia». Por el contrario, los zombis actuales son el resultado de experimentos científicos. Su contexto social es el de una cultura atea, aunque, de vez en cuando se recurra, por mera convención, a escenas en iglesias o símbolos católicos (También los hay que avivan el fuego de la blasfemia. En «Los Caminantes Necrópolis«, Carlos Sisi acuña un original eslogan: «En la ciudad de los muertos, … vivir es un pecado»). 

Frankestein, en la versión de James Whale (1931)

Por otra parte, el zombi actual -la mayoría, al menos-, es muy diferente a Frankenstein, el otro monstruo «científico» por antonomasia. El zombi carece de “alma”. No habla, no se comunica. Nada en él recuerda a la “rebeldía metafísica” de la que hablaba Albert Camus en El hombre rebelde. En cambio, Frankenstein –un monstruo capaz de leer y meditar- está constantemente debatiendo con su creador sobre la vida y el destino. Mary Shelley subtituló a su celebre novela “el moderno Prometeo”, en una inequívoca alusión al mito más original del arquetipo rebelde: Prometeo, el titán que robó a los dioses el fuego para entregárselo a los humanos y gracias al cual pudieron civilizarse. El zombi, sin embargo, representa todo lo contrario: la destrucción de la humanidad. El arquetipo del zombi no es el “Outcast” (Rebelde) sino el “Every Person” (La persona normal). Todo el mundo puede ser un zombi; en realidad, nunca se es sólo un zombi sino uno más entre muchos otros zombis (Frankenstein, recordémoslo, es único y vive solo). La tragedia de nuestros muertos vivientes no es la malformación física que padecen sino haber sido desprovisto de su personalidad y condición humana. En el celebre cartel de la serie Walking Dead se invierte el escenario habitual del héroe clásico, quien suele abandonar la polis para enfrentarse al monstruo en alguna isla o gruta remota y oscura. Por el contrario, la ciudad a plena luz solar, símbolo de seguridad en la antigüedad, deviene hoy la nueva amenaza…

Las pesadillas de nuestros antepasados tenían lugar en lugares desconocidos, las de nuestros hijos en la calle, en el mismo barrio donde nacimos o trabajamos. Otra diferencia. La Gorgona, antes que monstruo, fue princesa, lo mismo que Dracula, quien, ante todo, es un conde o un príncipe. Se trata de mitos aristocráticos. No obstante, los zombies recuerdan aquel libro de José Ortega y Gasset titulado La rebelión de las masas. Aunque publicado en 1929, todavía es vigente: “Masa es todo aquel que no se valora a sí mismo- en bien o en mal- por razones especiales, sino que se siente “como todo el mundo”, y, sin embargo, no se angustia, se siente a salvo al saberse idéntico a los demás”. ¿A salvo?…

En El amanecer de los muertos vivientes (1978), una película de serie B, los no-muertos rodean a un pequeño grupo de humanos refugiados en una gran superficie comercial, pero, cuando por fin logran forzar una entrada, todos a una interrumpen su ataque para deambular frente a los escaparates, o subir y  bajar en las escaleras mecánicas. Sorprendidos, los humanos todavía sanos intentan entender esa reacción, y el protagonista llega a una curiosa conclusión:

“Es posible que cuando estaban vivos, venir al centro comercial fuera su única diversión. Ahora que están muertos, siguen viniendo aunque no saben por qué”

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